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17 de ene. de 2018 · El dilema schmittiano cobra vida y ritmo en los regímenes totalitarios. El criterio amigo-enemigo exige el enfrentamiento permanente y el uso de la violencia hasta que se derrote al rival. No se plantea el reconocimiento del otro y si ocurre es como parte de una estrategia de largo aliento.
En el criterio amigo-enemigo, Schmitt reconoce implícitamente que la construcción del enemigo es fundamental para la reproducción histórica, cultural y moral del amigo y de su sentido peculiar del mundo, del centro, del conocimiento, del poder.
antagonismo y el paso al agonismo. Para esto debemos iniciar reflexionando a Schmitt (2002), quien identifica la política, como la esfera de la relación amigo/enemigo. La política es para Schmitt un ámbito intenso donde se desarrolla el conflicto, que lleva a los hombres a crear bandos opuestos.
Se trata más bien de volver a concebir el antagonismo en el horizonte indiscutido de la democracia. En términos de Mouffe, consistiría en "convertir el antagonismo en agonismo".
El disenso se puede dar mediante el antagonismo amigo-enemigo, cuando se trata al oponente como enemigo –en el extremo llevaría a una guerra civil– o a través de lo que llamo agonismo: un adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones.
Si lo político, así entendido, pertenece a nuestra condición ontológica, habremos de reconocer su carácter inerradicable. Sin embargo, es posible “domesticar” el antagonismo de la relación amigo / enemigo y reducir-lo a una forma que no destruya la asociación política.
El disenso se puede dar mediante el antagonismo amigo-enemigo, cuando se trata al oponente como enemigo –en el extremo llevaría a una guerra civil– o a través de lo que llamo agonismo: un adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones.